Gabriel Bautista tiene a cargo los ocho alumnos de séptimo grado de la escuela N§ 4.175, que se encuentra en el paraje Macueta, a 15 kilómetros de la frontera con Bolivia.
"Si quieres aprender, estudia. Si quieres aprender más, estudia con buenos maestros. Pero si quieres aprender mucho más, enseña". La frase, una adaptación de una sentencia del eximio retórico Cicerón (106 a.C. 46 a.C.), cruza transversalmente la vida de Gabriel Bautista (26), docente, quien afirma que está aprendiendo muchísimo de sus ocho maestros: sus alumnos de séptimo grado de la escuela N§ 4.175.
Esta institución se encuentra en el paraje Macueta, departamento General José de San Martín, a 15 kilómetros de la frontera con Bolivia.
Gabriel dice que quiso ser maestro rural desde que una inconformidad con el estado de las cosas se coló a través de los relatos de su madre, Paulina Bautista, y se le alojó en el pecho. "Mi madre me sabía contar que cuando era niña en su escuela (en el paraje El Palomar, Quebrada del Toro) era difícil encontrar maestros y los que iban no perduraban. Y esa es una realidad en todas las escuelas rurales hasta hoy: la mayoría de los docentes prefiere las escuelas urbanas por el uso de los servicios. Por eso yo decidí empezar mi carrera en escuelas rurales, porque aquí también hay niños a la espera de un maestro", comparte.
Nació en Campo Quijano y estudió en la escuela N§ 4.008 Bartolomé Mitre. Hizo su carrera en el Colegio de Jesús y se recibió en 2014. Su jornada empieza a las 7.30. Ya a las 8 la bandera se yergue y flamea, confundiéndose con el firmamento sublime.
Los alumnos comparten con el personal docente y de maestranza el desayuno, el almuerzo y la merienda. Los niños albergados, también la cena.
El esfuerzo
Gabriel cuenta que, para iniciar su semana, los maestros salen a las 6 desde Tartagal en la fletera de Ginés de la Vena. "Una personalidad comprometida con los parajes del cerro", dice.
A veces el camino no "está bueno" y se convierte en una senda cenagosa de charcos traicioneros. Así y todo, alcanzan a llegar a las 9. Pero en ocasiones el peligro enciende la prudencia de don Ginés y los transporta hasta un cerro de invencible nombre, El Alto. Desde ahí los maestros caminan 4 kilómetros para llegar a la escuela.
"Si hubo temporal, cuando tenemos que hacer entrar mercadería para el comedor escolar lo hacemos a mano y también con la ayuda de los padres, quienes suben en caballos y mulas para bajar los productos", relata.
En aquella zona las familias viven de la cría de ganado vacuno y trabajan en huertas para autoabastecerse. Los alumnos vienen de los parajes Cuña Muerta, Colodro, Batallanos, Campo Oculto y San Francisco. Caminan más de 15 kilómetros para recibir educación y unos 25 de ellos usan la institución también de albergue.
"Los niños me enseñan a ser más fuerte y resiliente. Son muy afectuosos con sus docentes y humildes de corazón y no les gusta faltar. Pasan por muchas necesidades y por todas las circunstancias para poder llegar a la escuela y a pesar de que ellos tengan por delante un día muy frío o con lluvia, igual vienen. Ese es el deseo de superación que nos demuestran constantemente", declara el maestro.
La despedida
Gabriel está de duelo y su dolor es hondo. En abril pasado falleció su hermano Sergio Bautista, a quien el maestro describe como "un técnico en Turismo amante y apasionado por su profesión. Él fue quien me apoyó durante toda mi carrera como estudiante y fue -y es- mi ejemplo a seguir".
Con él y un grupo de amigos generaron el grupo el Portal de Belén, que este año cumplirá 19 realizando la puesta en escena del pesebre viviente en Campo Quijano; pero que también como entidad sin fines de lucro organiza festejos del Día del Niño y campañas solidarias de donaciones de ropa y mercadería para los parajes alejados de la urbanización. Hoy le toca a Gabriel ponerse al frente de esta obra.
"La vida ahora para mí es muy dura. La pérdida de mi hermano me desarmó por completo, pero le agradezco a Dios el haberme puesto en este recóndito lugar donde encuentro cientos de razones para poder seguir. Y también permitirme poder volver sano y salvo cada vez que voy a mi casa y reencontrarme con mi madre", dice Gabriel.
Los niños sueñan con ir a la ciudad
Al enfermero David Sosa, que desde hace 20 años cuida de la salud de los pobladores de Macueta, hace unos días le nacieron unos versos para la escuela: “Cuando te mira el ojo del alba/ brillas como un diamante/ sobre el valle esmeralda/ los cerros te custodian y te cantan las quebradas/ Angelitos risueños/ de las lejanas comarcas/ el lunes recién nacido/ buscan felices tus aulas”.
Resistente a las condiciones climáticas de los caminos, a no tener señal constante para comunicarse con la familia y al desarraigo, Gabriel piensa primero en sus niños al hablar de sus sueños. “Hay muchas cosas que a la institución le hacen falta, pero solo diré que nos gustaría que nuestra escuela pueda contar con un parque de juegos infantiles, y un sueño que tienen mis alumnos de séptimo es conocer la ciudad de Salta”, dice. Ahora sí deja espacio para sus objetivos. “Un día me gustaría trabajar en la zona de la Quebrada del Toro, de donde es nativa mi familia, y un gran sueño es ser maestro en la escuela donde yo estudié: la escuela Bartolomé Mitre”, comenta.
Un día especial
En su día, Gabriel celebra su vocación y saluda a todos los maestros. “Sea cual sea el lugar donde nos toque actuar profesionalmente. No hay mayor amor que dar todo por los niños y eso es algo que los maestros de corazón sabemos y redescubrimos día a día”.
“Maestro de los cerros, / corazón trasplantado, / ¿por qué estás aquí? / Sigues de tu vocación el llamado”... Vuelven los versos de David Sosa, que tan bien interpretan ese llamado incesante que el “corazón trasplantado” del maestro Gabriel escucha.