Son el punto de encuentro en nuestros carnavales. Algunas conservan casi intacta la mística de antaño. Otras, recién nacidas, apuntan a convertirse en citas multitudinarias.
Claudia Arteaga es salteña, profesora de inglés, y ayer le resaltaba particularmente la sonrisa que tenía estampada en medio de la cara azul. De la mano de su novio Aníbal llegó a la carpa Rancho El Torito, en Campo Quijano y entre chacareras y tanguitos descubrió el encanto del "carnaval de antaño".
Johana Giovanini es santafesina, estudiante y ayer debutó en el carnaval salteño visitando la gigantesca Carpa del Pujllay, ubicada en la zona sur de la ciudad. En su cara desdibujada debajo de varias capas de pintura también se podían adivinar, inconfundibles, las huellas de la alegría.
Las carpas de Salta siguen siendo una tradición vigorosa que reúne y empareja bajo una capa de talco y pintura. Bajo la lona o el tinglado la regla número uno del carnaval se cumple a rajatabla: en este breve lapso de alegría, juego y desenfreno, todos somos iguales.
Algunas carpas, como El Torito, conservan las características de los antiguos patios criollos. Jesús Calisaya regentea la carpa desde hace 14 años: "Abrimos el 7 de enero y terminamos hoy, con el entierro del carnaval. Invitamos a músicos de la zona. Acá reinan el bandoneón, el bombo y la guitarra porque así era el carnaval de antaño. Las cumbias suenan para matizar", detalló. La entrada vale $50. El baile comienza a las 14 pero se puede ingresar antes para degustar una variedad de platos regionales.
La Carpa del Pujllay funciona de 16 a 2 de la mañana. Con referentes de la música tropical como timoneles, el barco avanza cargado de un público prominentemente joven.
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