El padre Chifri, el sacerdote que enseñaba cooperativismo en los cerros
El Intransigente eligió como personaje del año 2011, a Sigfrido Maximiliano Moroder, mejor conocido como el Padre Chifri. Conocé su historia.
A la joven edad de 46 años, murió el Padre Chifri, como se lo bautizó en El Alfarcito y zonas aledañas de la localidad de Rosario de Lerma, donde desarrolló su obra, demasiado extensa para los diez años en que lo hizo. Más aún si se toma en cuenta que la última parte de la misma la llevó adelante con el ingrediente desventajoso de no poder caminar, secuela que le quedó luego de accidentarse cayendo de un parapente.
En aquella ocasión el incidente pasó a ocupar espacios en los medios nacionales, que titulaban con la novedad del “cura aventurero” que se había accidentado cayendo de un parapente.
Ordenado sacerdote en 1994, Sigfrido Maximiliano Moroder, mejor conocido como el Padre Chifri, hizo más que desafiar la imagen que comúnmente se tiene de los religiosos, desarrolló una labor esmerada, una obra movida por el amor y una vocación de servicio que lo decidió por la labor misionera, en su carrera eclesiástica.
Esa vocación lo trajo a Salta, desde su Buenos Aires natal, en el año 1999, llegó destinado a la Parroquia Santa Rita de Rosario de Lerma donde se ofreció como misionero siguiendo su vocación social.
Dirigió sus esfuerzos a la zona más postergada, a la Quebrada del Toro, allí conoció la dureza de la vida en los cerros, caracterizada por la soledad, la quietud, localidades aisladas unas de otras, vecinos dispersos a más de 6 horas a pie unos de otros. Una vez instalado en su función, el padre se dedicó a recorrer distancias, dándose a conocer entre los vecinos. Esos fueron sus primeros pasos para unir la comunidad que comenzaba a recibirlo.
Chifri trataba de paliar en la medida de sus posibilidades, las necesidades de los pobladores, “solo a partir del vínculo se puede hacer algo realmente útil”, esa frase que pronunciaba definía su modo de obrar, en el lugar y yendo a buscar a la gente, y no desde una oficina.
Eso lo involucró directamente en el principal problema de la zona, la migración provocada por las escasas perspectivas de mejorar las condiciones de vida. Eso llevaba a los jóvenes nacidos en la Quebrada a migrar a los centros urbanos, desarmando familias, alejando a hijos de padres, a padres de hijos, ya que muchas veces era el sostén del hogar quien viajaba a trabajar a Salta o Buenos Aires.
Se trataba de un problema acuciante, que amenazaba no solo con el desarraigo, sino que también estaba presente el riesgo de que lo que se había construido como cultura, como lazo entre los habitantes, como población, desapareciese.
volver a recorrer las grandes distancias de la Quebrada del Toro. La voluntad del sacerdote, le daba un nuevo logro personal.
En el 2010, inauguro el primer Colegio Secundario Albergue “en el cerro y para el cerro”, como él lo definía. Esta iniciativa permite que los jóvenes completen sus estudios en su tierra y cerca de su familia. Cuenta con orientaciones que los preparan para desarrollarse profesionalmente en materia agropecuaria, artesanLa obra del Padre Chifri fue en la dirección de solucionar ese problema, y la forma en que lo hizo es trabajando, ayudando a trabajar, educando, dando un lugar de esperanza para los jóvenes, enseñando productividad, para que no solo la agricultura y ganadería de pequeña escala y autoconsumo o intercambio, sea el principal motor de la economía local. Se trataba de una lucha diaria y doméstica por la supervivencia.
Lo que hizo el padre fue llevar una economía rural desorganizada, a otra rural y organizada. El cooperativismo fue su herramienta, además del innegable carisma que lo había llevado a ser el “cura aventurero”.
Esa fue su misión, durante aquellos años y en aquel lugar, tratar de que las personas que habitan en los cerros no necesiten emigrar para subsistir, sino que encuentren en su tierra y en su cultura los medios para desarrollar su vida.
Esa organización del trabajo comunitario, lo llevó a desarrollar la Fundación Alfarcito, nombre elegido en referencia a los fardos de alfalfa, uno de los cultivos de gran importancia en la zona, y que Chifri enarboló como símbolo de la fuerza que otorga la unión, la cooperación y el trabajo en equipo. Como reza un cartel en el centro que construyó: “uno solo es quebrantable; unidos no lo son”.
Los grandes logros de ese desarrollo comunitario que impulsó Chifri, son los de unir a las 25 comunidades y las 18 escuelas de la Quebrada del Toro, conectarlas para buscar fines comunes.
El padre, con gran visión, impulso proyectos de desarrollo como el Centro de Artesanos Alfarcito, a 2500 metros sobre el nivel del mar, donde aún hoy se reúnen los artesanos de la región para vender sus trabajos al público sin intermediarios, los proyectos con capacitaciones para que los jóvenes y adultos puedan recuperar tradiciones manuales, agrícolas y ganaderas propias de su cultura, los invernaderos de altura que colaboran aún hoy al sustentó de las escuelas primarias, a las que también asistió con alimentos, vestimenta y útiles, un sistema de becas, para que los chicos de los cerros puedan continuar el secundario, y, la gestión, construcción y puesta en funcionamiento del primer colegio secundario albergue del noroeste argentino.
En el 2004, en plena tarea, tuvo un accidente que amenazó con interrumpir su labor. Aventurero por naturaleza, se encontraba recorriendo los cerros de la Quebrada del Toro, en un parapente, el viento le jugó una mala pasada, y cayó. Su relato del accidente es otra muestra de la sencillez con que vivía "pensé en integrar mi actividad pastoral con lo deportivo y tenía más de 200 vuelos cuando me embolsó un remolino y caí 40 metros en picada" dijo. Quienes lo conocían y estimaban, lo visitaban continuamente.
Finalmente como resultado de aquel accidente quedó en silla de ruedas y desde la cama de la internación ya pedía volver a los cerros.
El diagnóstico médico era que Chifri no volvería a caminar, por lo que no era conveniente que regrese a la quebrada. Pero el sacerdote volvió e instaló un pequeño gimnasio en la parroquia, donde con mucho esfuerzo y dedicación, logró recuperarse parcialmente de la parálisis de sus piernas, y andar con la ayuda de un bastón.
Un grupo de amigo le regaló un cuatriciclo al que bautizó “el burro rojo”. Gracias a éste pudo al, turística, construcción regional y tecnología solar. En el 2010, recibió el premio y la bandera de Argentina Solidaria de ese año, por su labor, por la creación de la Fundación Alfarcito y el desarrollo comunitario de comunidades aborígenes en Quebrada del Toro. Además realizó un corto que se titulaba “Al fondo de Alfarcito” con la participación de alumnos de entre 12 y 16 años que asistían a la institución educativa que él dirigía.
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