El hecho misterioso y definitivo para el hombre, la muerte, es honrado de diferentes formas en el NOA. En estas fechas la gente se vuelca a los cementerios y engalana las tumbas con flores y recuerdos.
En el segundo día de noviembre, la cultura del norte argentino despliega uno de sus costados menos promocionados en la industria del turismo: su trato con la muerte. En estas fechas la gente se vuelca a los cementerios y engalana las tumbas, llevando flores o juguetes si el difunto es niño, panes especiales y comida para compartir, a la que se sazona de oraciones para que por un momento vuelvan los que se han ido, a pasar el rato con sus seres queridos.
En el Día de los Fieles Difuntos, con una estética mortuoria singular, los pueblos de nuestra región expresan su mundo simbólico mediante la fusión de las cosmogonías antiguas y las nuevas llegadas con el cristianismo.
Ese día, los cementerios se llenan de colores, como si fuese una celebración de la vida. Pero no: es una celebración de la muerte. “Los ritos que celebran la extinción están destinados a provocar el renacimiento, como la fiesta de fin de año que es también la del año nuevo, la del tiempo que empieza”, explicó a Octavio Paz.
El hecho misterioso y definitivo para el hombre, la muerte, es honrado de diferentes formas en el NOA. Encontramos de esta manera, un arte funerario de excelencia en la región, que ha llegado a definir formas y estéticas particulares y reconocibles en el resto del mundo, como la producción de urnas de la cultura santamariana, en Catamarca.
Es en el arte funerario donde el antiguo hombre de nuestra zona encuentra una vía de expresión de su mundo, que alcanza al resto de los hechos de la vida.
Esta visión se sumó a la imaginería católica, a través de las manos de sus artesanos y puede verse en iglesias y cementerios de la región.
Hay muchos elementos que son típicos para el Día de las Almas en el NOA. Se destacan los panes con formas diferentes, según el personal significado que quiera dárseles. Hay un pan que siempre se hace y tiene forma de escalera: ése debe ser usado por el alma, para bajar a la tierra. Cada uno tiene su propia carga simbólica, relacionada al muerto que se quiere honrar. También son típicas las flores de papel con el que se engalana la tumba del ser querido.
Angustia insalvable del ser humano, la muerte y sus entornos han sido retratados por todas las culturas del mundo. Cada cual ha creado un “trasmundo” donde, a pesar del oxímoron, viven los muertos. Pero este “otro mundo” nace influido por la concepción acerca de la vida presente que de sus autores. De esta manera, tenemos tradiciones disímiles alrededor del mundo y cosmogonías que buscan explicarla.
La conmemoración de los difuntos en el mundo andino está asociada también con el ciclo agrícola. Los espíritus traen consigo las primeras lluvias, que sirven para preparar la tierra y que tendrá, como momento culminante, la cosecha, coincidente con el carnaval.
Nuevamente nos encontramos con la idea que celebrar el fin es también anunciar un nuevo comienzo. La idea es que si los vivos reciben bien a sus muertos, éstos les retribuirán con una buena cosecha. Ese rito está lejos de una connotación fúnebre y se parece más a una fiesta, por el colorido, las bebidas y la alegría de los asistentes.
Una fiesta en el cementerio
Según la tradición, las almas de los muertos regresan del más allá el mediodía del 1 de noviembre y retornan el mediodía del 2.
“Es la fiesta de la continuación de la vida. Todo el mundo se reúne: los que están, los que no están y los que están lejos. Por eso se la conoce también como “Jacha Uru” (Gran Día)”, explicó Félix Mendoza, profesor de Teología Andina de la Universidad Indígena Tawantinsuyu, donde se forman los callahuallas, los sacerdotes andinos.
“En la cosmovisión andina no existe la muerte como un final; lo que existe es otra forma de cómo se manifiesta la vida”, dice Mendoza. “Los vivos los recibimos con alegría, les preparamos comida, bebida y con todo lo que en vida les gustaba servirse”, añade.
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