Tamales, humitas, locros y empanadas forman parte de una postal que se repite a lo largo y ancho de los valles de Lerma y Calchaquí.
En los últimos años se impulsó el desarrollo gastronómico como emprendimiento, a la vez que se revalorizó la cultura salteña.
De etiqueta o de delantal, los emprendedores de los valles de Lerma y Calchaquí encontraron en la gastronomía una herramienta para desarrollar una economía que se convirtió en un verdadero sustento para miles de familias.
Muchos adaptan sus viviendas los fines de semana para ofrecer comida regional, otros abrieron patios criollos y están quienes decidieron poner en funcionamiento comedores al estilo tradicional o instalaron puestos de venta en ferias comunitarias.
A todos ellos los une el impulso de no sentarse a esperar las oportunidades, sino de salir a buscarlas aprovechando el creciente flujo de turistas. Hoy, a los visitantes llegados desde diversos puntos del país y del mundo se suma un mercado nada despreciable, integrado por los propios salteños que recorren el interior.
Estos últimos lo hacen en busca de espacios de esparcimiento y para disfrutar de las especialidades que propone la cocina norteña. Es una forma económica y divertida de involucrarse con los atractivos que movilizan al turismo internacional y que, sin embargo, muchos salteños no conocen. También es una manera, tal vez inconsciente, de poner en valor aquellas tradiciones que enorgullecen tanto a la gente de esta tierra.
Si se transita la ruta nacional 68, desde la Capital hacia el sur, Cerrillos abre la puerta del fascinante mundo de las comidas regionales. Ya en el tramo conocido como la Recta de Cánepa comienzan a vislumbrarse a ambos lados del camino negocios que invitan a probar las típicas empanadas salteñas. Eso sí, al aire libre o bajo el techo de un improvisado quincho. Ingresando a la zona urbana, los hornos se dejan ver a un costado de la avenida San Millán y los comensales sentados en mesas distribuidas a lo largo de las veredas se han transformado en parte del paisaje. En la plaza principal se ofrecen tortillas al rescoldo, bollos caseros y especialidades dulces y saladas.
A unos siete kilómetros, La Merced hace gala de sus tamales, cuya fama trascendió las fronteras de la provincia. Otra localidad que puso el acento en el desarrollo de la gastronomía regional es El Carril. Tanto es así que impulsar este rubro se ha transformado en los último años en una política municipal. Esto queda plasmado en la cantidad y en la variedad de comedores, restaurantes y puestos de venta de comida callejera, como en la restauración integral de la vieja estación de trenes, donde en la actualidad funciona una feria artesanal y donde se realizan periódicamente certámenes de las diversas especialidades de la comida regional.
La postal gastronómica en la que resaltan el locro, la humita, la empanada, los tamales y los pasteles se repite en Chicoana, Moldes, San Lorenzo, Campo Quijano, La Silleta y La Caldera.
Sin duda, la gente del interior les sacó el polvo a las viejas recetas e hicieron de ellas valiosas herramientas de sustento y progreso, y que configuran la esencia de la salteñidad.
La Silleta. En el comedor de campo El Farol, de Marcelo “Yuyo” Ovando, se puede degustar quesos criollos saborizados, pan con cerveza y nuez, y vino de mistela rojo hecho en la región, además de locro y empanadas.
Campo Quijano. A dos cuadras de la plaza principal en Doña Cleme, atendido por su dueña, Clementina Cari, los clientes tienen la oportunidad, además de las especialidades, de saborear platos tradicionales de Campo Quijano.